Cristian Castillo Peñaherrera
ccastillo@esturion.ec
Las teorías generales del cambio organizacional refuerzan la idea del cambio planeado. En general, las teorizaciones sobre el cambio, tanto las teleológicas como las de ciclo de vida o las evolutivas se han centrado en el supuesto de que el cambio es un proceso que se puede gestionar, a partir de la necesidad de las organizaciones por lograr que sus proyectos de transformación perduren en el tiempo, lo cual se lograría a partir de la implementación organizacional de procesos de gestión del cambio.
En general, podemos sostener que existe suficiente evidencia de que es posible implementar procesos de cambio planeado. En la medida en que la organización gestiona culturas de cambio, es más fácil que las organizaciones operen de manera productiva los procesos de evolución o transformación a las que están sujetas, en función de las cambiantes dinámicas de su mercado. Durante los últimos 20 años el incremento de recursos tecnológicos ha impulsado esta tendencia a la adaptación recurrente a nuevas modalidades de gestión, de forma de hacer negocios, de nuevos mercados y el conjunto de movimientos sociales que han representado ajustes en la forma en la que las sociedades ven las cosas. Ante estas nuevas realidades, se han desarrollado y profundizado tecnologías y metodologías de gestión del cambio planeado, entendido como cambio deseado para garantizar la sostenibilidad de la organización.
Ahora bien, ¿qué sucede cuando el cambio no es planeado ni deseado y simplemente sucede? En estos casos, el cambio es un hecho externo que se nos atraviesa de pronto y ante el cual no tenemos tantas respuestas como quisiéramos. Ante ese hecho, que sucede sin que podamos evitarlo, viene una respuesta humana individual y grupal a la que se denomina la Transición. Esta etapa tiene duración indeterminada, es el proceso que nos toca vivir, siempre de manera diferente, para atravesar la situación externa que genera un cambio radical hasta que, finalmente, nos adaptamos a ese nuevo escenario. Sobre esto, en 2009 publiqué un artículo en Universidad y Verdad sobre un estudio que había hecho años antes para analizar la reacción de grupos humanos ante procesos de cambio. En lo principal, el artículo sostiene que la gente tiende a considerar un proceso de cambio, como un proceso de incomodidad temporal, en donde más se pierde que se gana, y al que nos resistimos más a medida que más dura.
Estamos todavía ante ese proceso de cambio radical que, todos coincidimos, va a cambiar, no solo las organizaciones sino las sociedades, países y la propia humanidad. El asunto es que no llegamos todavía a esa transición. Estamos viviendo aún el cambio mismo. Solo que no es un terremoto o una erupción volcánica que todo lo arrasa en muy poco tiempo. Es más bien un huracán que demora en salir de nuestro territorio y lo estamos presenciando dolorosamente mientras vemos cómo destruye todo a su paso y no sabemos cuánto va a durar y deseamos que termine y no termina. El desastre planetario que significa esta enfermedad todavía está en proceso. Todavía tenemos meses por delante de mucho dolor emocional y físico, en el nivel individual; y económico y sistémico, en el nivel social. Podemos aventurarnos a pensar cómo será la transición y qué vendrá después, pero mientras tanto, seguiremos viendo cómo el proceso doloroso nos sigue atacando y cada persona, familia, sociedad se va defendiendo y respondiendo como puede.
Ante esto, nuestra respuesta natural es pensar que esto va a pasar y luego todo volverá a la normalidad. De acuerdo con los datos que aporto en ese artículo, podríamos sugerir que las personas y los grupos humanos podrían pensar que se acabará esta crisis y todo volverá a ser como antes. Es una forma de darle sentido y coherencia a lo que estamos viviendo. Esta incomodidad no va a durar para siempre y cuando nos permitan salir de nuestras casas y volvamos a trabajar, será como que nos fuimos de un feriado largo. Por desgracia, no será así. En mi criterio, la dimensión de la transformación a la que nos enfrentamos cambiará muchísimos aspectos de nuestra cotidianeidad, desde la dificultad para volver a tener cercanía social hasta la cantidad de empleos que se perderán de manera estructural. Me atrevo a pensar que el sistema de relaciones sociales, tanto entre personas, entre familias, con las cosas, con las creencias será muy diferente cuando esta crisis termine y ese sistema será el resultado de la transición que todavía tenemos pendiente vivir.
Creo que podemos coincidir también en que en la post crisis sanitaria vendrán muchas pérdidas. Las humanas primero. Deseo que no sea así, pero eventualmente, todas y todos estaremos en posición de que conoceremos a, al menos, una persona que haya partido producto del COVID 19. Luego están las obvias pérdidas económicas y financieras que vendrán durante los siguientes años. También vendrán las perdidas sociales, de hábitos, de formas de ver las cosas. Mientras vivimos la situación, vamos intuyendo todas las pérdidas que se nos vienen por delante y eso aumenta nuestro temor y nuestra natural resistencia a lo que vendrá. En este momento, lo que los grupos sociales más notan, son pérdidas y no recursos nuevos.
Finalmente, el cambio que se inicia con este suceso traerá consigo un conjunto de otros cambios externos. La crisis sanitaria terminará eventualmente en algún momento, por desgracia todavía lejano, como se ha documentado ya en varios reportes que sugieren 3 fases pendientes, la más lejana, a la vuelta de un año, aproximadamente, cuando existan vacunas y medicinas para el tratamiento, científicamente comprobadas.
Luego vendrán en seguidilla cambios sociales, económicos, financieros, ambientales, en resumen, cambios sistémicos de carácter radical. Por ejemplo, el sector educación ha tenido que adaptarse sobre la marcha al uso de recursos tecnológicos para mantener el proceso educativo y no son pocas las voces que sugieren que, en el caso de la Sierra, los estudiantes regresen a las aulas en septiembre, con el impacto social y familiar que esto involucra. Por otra parte, de acuerdo con Goldman Sachs, el Ecuador decrecerá este año al 5.7%. Si bien es cierto, la afectación será diferente, según los distintos sectores, es notorio que todos los sectores reportarán pérdidas importantes, en especial los sectores exportadores, que ya sienten el impacto de los cierres de puertos de sus principales destinos, o el sector turístico de la economía. Estos impactos sociales o económicos reportarán decisiones futuras en toda la sociedad que generarán cambios en la forma en la que estamos acostumbrados a vivir. Ante ellos los grupos sociales se irán resistiendo, cada vez con más fuerza, con más convicción, incluso con más rabia en algunos casos.
La transición, entendida como el proceso interno que sucede como respuesta al cambio, será un proceso específico. Cada uno de nosotros lo enfrentará de manera diferente. Como humanos, como miembros de un grupo social, como país. Las respuestas que desarrollemos dependen de varias razones. No me atrevería a decir qué es lo que hay que hacer porque no creo que existen respuestas universales. Excepto tal vez, las contracaras de las formas de reaccionar que he planteado.
El principal desafío será aprender a ver el mundo de manera diferente. No habrá esa normalidad que añoramos. Las cosas no serán como eran. Serán distintas. Podemos enfrentar esa nueva realidad con dolor y pérdida, o como aprendizaje y desafío. Ahora mismo es muy complejo establecer la forma que tendrá esa nueva realidad, y, sin embargo, estar dispuestos a entrar en ella con ganas de aprender, aún sabiendo que no sabemos cómo será, puede ayudarnos a disminuir la ansiedad y la incertidumbre.
También puede ayudarnos darles el valor y el significado real que tienen las pérdidas que vamos a tener. Y en nombre de estas, enfrentar los desafíos y las oportunidades que no veremos a primera vista. El mundo no será el mismo, sin duda, pero será. Y puede ser muy interesante si nos atrevemos a abrir los ojos a lo nuevo que habrá. Sé que esto suena cliché y fácil de decir, y, a lo mejor, también es obvio, pero es que cuando tengamos que enfrentar la nueva realidad vamos a estar dolidos, viviendo el duelo de las pérdidas que tengamos y habrá que situarse en esa realidad y estar atentos para aprender y enfrentar, para descubrir y desafiar. Finalmente, lo que tendremos en frente serán cambios que se vendrán unos tras otros, en la forma de trabajar, de aprender, de relacionarnos con los demás, serán cambios económicos a pequeña y gran escala, habrá ganadores y perdedores, habrá posibilidades que no hubiéramos visto de otra manera. Reconozco que no sé cómo será el mundo cuando la crisis termine y empiece de nuevo y diferente. Pero sí sé que el mundo al que estábamos habituados ya no será el mismo. El cambio esta vez no será planeado ni deseado, pero será. No necesariamente nos encontrará en nuestra mejor forma, y, sin embargo, será. Las teorías en uso nos quedarán cortas, así que aprenderemos sobre la marcha a adaptar nuestras vidas, nuestras organizaciones, nuestras sociedades y, al final, prevaleceremos.